MINOTAURO


MINOTAURO EN EL LABERINTO

Está sentado sobre las piedras.
No se distingue su cabeza entre esa mole de músculos que abrazan su castigo.

Se mira las manos: sí, son humanas.
Se mira su cuerpo: sí, es humano.
Se toca su corazón: sí, sí, sí.

A veces se alegra de la pobreza del laberinto, sin ornamentos,
sin metales que pudieran reflejar su imagen.
Pero incluso una mente salvaje puede notar el frío material que atraviesa sus sienes,
que acaba en punta y se retuerce sobre sí mismo.

No puede evitar dar un resoplido
y no puede evitar derramar una lágrima.

¿Por qué desdicha del destino se tuvo que fundir la soledad con el odio?
¿Qué dioses, o qué rey te concibió? di, ¿quién?

El cielo queda muy alto.
El aire que respiras ya ha recorrido mil veces los callejones de tu laberinto,
y ha perdido el color del cielo.

Estás respirando piedras.

¡Cierra los ojos!
Para qué abrirlos
¡Cierra tus oídos!
El rumor de juegos infantiles es más poderoso que tu fuerza.
No dejes que te hagan recordar algo imposible para ti.
No tuviste infancia.


Se acerca la temporada.
El rugido de las puertas avisa de una renovada carnicería.
Gritos de temor y angustia llaman al banquete.

Mucho tiempo sin rasgar, amputar, comer.
El sol luce en lo alto, apenas hay sombras en el laberinto.

Hoy el minotauro sudará para conseguir su alimento.
Eleva su testa y vigilando la dirección del viento olfatea atentamente.

Las ha localizado.
Se alegra, aunque sabe que no es nada especial. Es un simple paso hacia otro.

Las atenienses están unidas. Le ahorrarán trabajo.

En sus ojos salvajes se proyecta la sangre que teñirá sus fauces.

Sus movimientos van adquiriendo una velocidad inusual, sorteando muros y obstáculos.
Los mugidos inmovilizan a las desdichadas.
El fin está cerca, está ya.

Atención, oye los tambores guerreros.
Retumba el paso al son de la muerte, prepárate para la lucha.
Hay sed de sangre en Teseo.
La misma sed que tú saciabas en sangre inocente.
La misma sed que alimentaba tu razón de existir.
¿También para él será tan necesaria?
¿Crees que en sus ojos se reflejará el odio que tus ojos reflejan?

Pregúntale sus razones, habla con Dios, antes que lo haga él,
y realiza sacrificios por la victoria.
o por la muerte.

El sol pinta tu cara con destellos que limpian tus arrugas.
La punta de tu poderosa ornamenta blanquea como nunca lo hizo,
y en tu faz una expresión de alegría confundiría al mismo Zeus.

No, no hay odio.

Te conozco, Minotauro. No sabes engañar.
No has tenido a quien engañar ni razones para fingir.

Te conozco, Minotauro. Deseas el fin.
El fin de tanto odio, de tanto dolor, y presientes que llega.

Te conozco, Minotauro. En tus ojos hay gratitud.